Imagen tomada de Internet
Por fin está Gumersindo en el merendero. Como cada año, por el segundo sábado del mes de mayo, acude a la romería en honor a la patrona de la villa. Después de la celebración en la ermita, es costumbre ir andando hasta el merendero. Entre que el mediodía ya quedó lejos y la caminata, Gumersindo tiene un apetito voraz.
Se ha puesto en una esquinita del merendero, ni demasiado lejos de la gente como para sentirse solo, ni demasiado cerca como para que alguien le ofrezca un trago de vino y verse obligado a corresponder con alguna vianda. Ha sacado un raído mantel de cuadros rojos y blancos de su mochila. Lo ha extendido con sumo cuidado para no deshilacharlo y así evitar comprar uno nuevo para la siguiente ocasión.
Para el almuerzo lleva un botellín de cerveza (no es muy dado a excesos, pero la ocasión lo merece), tres fresas para el postre y un bocata de sardinas en aceite envuelto en papel cuché de una conocida revista.
Sentado en el suelo, se pone al cuello una enorme servilleta (llena de lamparones) tan maltrecha como el mantel, se abre la cerveza y le da un sorbito que le sabe a gloria. Lo saborea despacio, mirando todo cuanto le rodea: mesas, unas de piedra, otras de madera, rodeadas de familias y amigos; niños correteando entre los árboles; parejas de enamorados acompañadas del jorgeo de pajaritos y todo...
-¡Ay, que bonito es amor!- piensa
El rugido de sus tripas lo saca del trance, así que rescata el bocadillo del fondo de la mochila y nota que está todo grasiento. Al pan, le echó todo el aceite que traía la lata de sardinas; tanto, que la miga no lo ha podido absorber y el sobrante rezuma por todas partes. Retira con cuidado el envoltorio y, sin más dilación, le hinca el diente de buena gana.
En la corteza del bocadillo se puede leer el horóscopo de piscis y acuario del mes pasado.
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