Mar
En la víspera de Navidad, la luna, con
su majestuoso manto blanco bajó del cielo y tocó a mi puerta. El
viento frío de la noche, entró en casa y en un susurro me preguntó
cual sería mi deseo para esta Navidad. Lo que yo deseo, no me lo
puedes traer; no es nada que se pueda envolver en papel de celofán y
atarlo con una bonita cinta roja, contesté. No te rindas; inténtalo siquiera una vez: pide aquello que tanto deseas y no te atreves a
nombrar; replicó la luna.
Un nudo de emoción se me instaló en la
garganta, las lágrimas del corazón acudieron en su auxilio y entre
ambos ahogaron mi voz. Ni una palabra de mi boca salió.
El viento y la luna se miraron,
cómplices. Adivinaron por mi semblante que aquello que
tanto quería no era de este mundo, no era de aquí y sin mediar
palabra, supieron que por unos instantes me podían hacer feliz. La luna chascó los dedos y el viento
partió veloz en busca de la estrella del Norte...
Una comitiva de estrellitas brillantes
se posó el alféizar de mi ventana. Me traían el aroma de tu piel,
la calidez de tus abrazos, el azul de tus ojos y la luz de tu
sonrisa. Y en el punto más alto del firmamento, un destello iluminó tu imagen. En la distancia, acaricié tu rizos dorados y antes de que te desvanecieras te mandé todo mi amor en un beso.
Tema: Paint the sky with stars - Enya
Mar
De entre todas las reflexiones que nos ha dejado Nelson Mandela como legado, he elegido esta, porque está llena de sentido común (del que tan faltos estamos en estos tiempos).
Mar
El convento de Santa Cándida, como
cada año por estas fechas, ha vuelto a abrir el despacho de dulces
que, con mucho amor (…), elaboran las monjas. Mazapanes,
turroncillos, hojaldradas, bizcochos, empanadillas... y el producto
estrella, no por lo conocido sino por el éxito de ventas que obtuvo
la temporada pasada: los suspiros de monja.
Hace unos dos años entró una
novicia, Marie, en el convento venida de tierras lejanas, sí, de
aquellas llamadas del sol naciente (los caminos del señor son
inescrutables..., dicen). Trajo consigo, además de su vocación y su
fe, maña para la cocina, condimentos e ingredientes desconocidos, en
su mayoría, por las hermanas.
No tardó mucho en familiarizarse con
los fogones y con las costumbres del convento; y cuando ella
cocinaba para las demás, no dudaba en dar su toque particular a los
platos, que en el refectorio eran recibidos como evidente aprobación por parte de las monjas. De ahí que cuando llegó la
hora de elaborar los productos navideños, Marie, por iniciativa
propia y en secreto, añadió uno de esos ingredientes exóticos a
los suspiros de monja... y el resultado fue un éxito total de
ventas.
No es de extrañar que en estas frías
mañanas, haya una larga cola, de gentiles damas y nobles caballeros,
en puertas del despacho del convento. Se ha corrido la voz que los
suspiros de monja del convento de Santa Cándida no sólo sacian
paladares exigentes.