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Sencillamente perfecto.
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Imagen tomada de Internet
...Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. 

- Buenos días, Caperucita - dijo el lobo.
- Buenos días, lobo
- ¿Adonde vas tan temprano, Caperucita?
- A buscar setas alucinógenas -respondió

El lobo se quedó algo descolocado, pero aún así siguió preguntando 
- ¿No llevas cesta? - añadió receloso.
- ¿Cesta? ¿Tengo yo pinta de llevar cesta, lobo? - rugió Caperucita plantándole cara al lobo.
- Eh... esto.. no... no.. -trastabilló el lobo muy sorprendido. Como vas a por setas pensé ¡que mejor que una cesta de mimbre para ponerlas!

El lobo rodeó a Caperucita, mirándola con cierta desconfianza, pero pensando como podía sacar provecho de la situación.
- Anda, ¡pero si llevas mochila! ¿Que hay dentro?
-¿De verdad quieres saber que hay? - respondió Caperucita echando a andar de nuevo 
-¡Claro! -la interrumpió el lobo. ¿Quizás alguna exquisita vianda para tu abuelita, niña?

Caperucita empezando a hartarse de la insolencia del lobo, abrió la mochila y empezó a sacar sus pertenencias
- Mira, lobo, llevo un mechero
- ¿Un mechero? ¿Para qué? - dijo el lobo
- Para encender fuego. Tambien llevo una pipa, una bolsa de tabaco picado, un ...
- ¿Es que ahora también fumas, Caperucita? -interrumpió ahora jocoso el lobo

Caperucita, cada vez más irritada le espetó
- Mira lobo, a ti eso no te importa; aún así de diré que la pipa y el tabaco son para el guarda del bosque. 
- Y para mí, ¿no tienes nada? ¿quizá me aguarda algún tierno bocado...? - respondió el lobo ahora más envalentonado
- Si, claro que si -dijo Caperucita, con la voz más persuasiva que fue capaz de entonar. A la vez que metía de nuevo la mano en la mochila dijo:
- Aquí lo tienes:  ¡¡jarabe de palo!!

En décimas de segundo roció al lobo con el bote de spray de pimienta en la cara y éste salió corriendo despavorido sin saber muy que había pasado, con los ojos en carne viva y el orgullo por los suelos.

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Licántropo.

Plenilunio. Noche de luna llena. La luna me está mirando, mas yo no la quiero mirar a ella. La luna me está llamando pero yo no le quiero responder.

El viento furioso, baila con las nubes y, entre los pasos de su aleatoria danza, igual me muestra la luna, igual me la esconde otra vez. Esta alternancia me descentra, me inquieta; tanto, que tengo que dejar la pluma sobre mis apuntes sembrados con mil tachones.

Paseo de un lado a otro por mi estudio mirando al suelo, intentando pensar en otra cosa para evadirme de este momento. Intento baldío. La fuerza que la luna ejerce sobre mí no la puedo controlar. No quiero sucumbir al instinto primitivo que hay en mí y que me acosa sin cesar. Me instiga a que me someta al influjo que la luna llena tiene sobre cada licántropo. Mi lucha por escapar es inútil y soy consciente que una vez más, la metamorfosis se está consumando y, en breve, me convertiré en lo que no deseo.

...

La luna me sigue hablando y yo no la quiero escuchar. Me dice que abra la ventana y salga al tejado y, allí sentado, la pueda contemplar. Mas yo me resisto a salir porque se que si esta noche ando por los tejados, con una promiscua loba parda de linaje incierto me voy a encontrar y de un zarpazo certero acabaré con ella y se manchará con su sucia sangre mi pelaje negro.


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La propuesta de este jueves nos lleva a escribir sobre cine e incluir en el elenco a un actor y actriz conocidos local o internacionalmente. Yo me he decidido por el gran Paul Newman, acompañado esta vez por Katharine Ross en "Dos hombres y un destino". He relatado como podría haber sido el famoso pasaje de la bicicleta. Aquí os lo dejo.

Habían pasados años desde la última vez que estuvieron en la granja, pero no para Paul y Kathy a juzgar por la complicidad que aún existía entre ellos.

Se reunieron allí, junto con los demás familiares, para celebrar las bodas de oro de sus abuelos. En cuanto llegaron,  y como hacían desde niños, se escabulleron fuera de la casa; antaño para jugar, ahora buscando alguna intimidad que les permitiera charlar y ponerse al día de sus cosas.

Kathy descubrió que Paul seguía siendo el mismo chico díscolo y divertido de siempre; con una sonrisa radiante. Paul, que sentía debilidad por su prima favorita, quiso recordar las tardes y tardes de juegos que habían pasado juntos; así que, impulsivamente, le cogió la mano, entró en la casa y tiró de ella escaleras arriba.

Subieron al desván y buscaron entre los viejos baúles algo con que disfrazarse. Kathy encontró un sencillo vestido de lino blanco; Paul, un viejo chaleco negro, unos tirantes y un bombín de fieltro. Luego salieron al cobertizo y Paul cogió la vieja bicicleta de su abuelo...

- ¡Vamos, Kathy, sube a la bicicleta! Vamos a dar un paseo.
- ¿Estás loco? ¿Dónde? ¡No hay sitio para dos!
- En el manillar. Venga, será divertido

Kathy se echó a reir con la ocurrencia de su primo y negando con la cabeza avanzó hacia donde él estaba y subió a la bicicleta.


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