Imagen tomada de Internet
Esta
mañana he destapado el frasquito de cristal que tengo en mi tocador. Es
muy especial por ser el regalo que, muchos años atrás, los gnomos del
bosque me dejaron en el día de Navidad. Está impregnado de un aura que
lo hace mágico y cuando lo abro desprende el aroma propio de la fecha
que marca el calendario.
En
estos días en los que ya se nota en el ambiente esa sensación que sólo
la Navidad sabe crear, me ha traído el olor a mantecados y roscos
horneados, a polvorones, a mazapán y a turrón recién cortado.
Me ha
traido el olor a matalahuva tostada, a azúcar moreno, a canela en rama;
a ralladura de naranja y de limón, a frutas confitadas y frutas en
almíbar con pera y melocotón.
Me ha traído aromas de licores y mistelas, de tantas
variedades y sabores como zumos de frutas y colores... Un
sin fin de olores que son sabores. Sabores que son texturas. Texturas
que se funden en el paladar embriagando a los sentidos en un derroche de
sensaciones singular.
Es tiempo para evocar los aromas que, en mi infancia, tenía la Navidad.
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