Mar
Imagen tomada de Internet


Hoy cumple cincuenta años. Se sirve una copa de vino a la espera de que lleguen sus amigos a casa para cenar. "Como pasa el tiempo... Cincuenta años ya" -piensa paladeando el primer sorbo de vino.

Ahora es una mujer independiente, con reconocido éxito en su carrera profesional y rodeada de buenos amigos.  No, no se puede quejar. Siente que está arriba, que ha ido subiendo escalones con esfuerzo y tesón para llegar donde está.

Pero no siempre fue así. Hubo una época en la que no era nadie: era transparente para casi todos. Y eso era algo totalmente injusto que la irritaba sobremanera.

Recuerda que iba de editorial en editorial con su primera novela bajo el brazo con la esperanza de que alguna le abriera sus puertas y poder publicar. La recibían con muy buenas palabras y la despedían con una palmadita en el hombro, un "estamos en contacto", ... Esos eran los resultados que obtenía; nunca pasaban de ahí y era entonces cuando sentía que había fracasado en su intento de ser escritora, que no estaba hecha para eso, que había perdido un tiempo precioso escribiendo lo que nadie leería y que ya no podía caer más bajo porque había tocado fondo. Y cuando uno toca fondo, lo único que puede hacer es subir.

Así fue. Antes de tirar la toalla definitivamente, envió una copia de su novela al concurso de novela histórica "Ciudad Medieval" que una pequeña ciudad del sur convocaba (y sigue convocando en la actualidad). Total, no tenía nada que perder. La fortuna y su talento plasmado en cuatrocientas veinticinco páginas, le sonrieron: el fallo del concurso la alzó como  ganadora. La primera edición de su libro la sacó del anonimato; la segunda y tercera la consagraron como escritora de éxito.

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Mar
Mag nos propone para este jueves escribir un acróstico, con la particularidad de que las cuatro primeras frases o versos termine con las cuatro primeras letras de la palabra elegida y que las cuatro últimas frases o versos empiecen con las cuatro últimas letras de la palabra elegida. Las palabras que nos da para escoger son: LIBÉLULA, ALBORADA, MISTERIO, CARRUSEL. Os dejo mi elección.

         La sigo con la mirada en su vuelo desiguaL.
 Me cautivan sus elegantes alas azul lapislázulI
       Ella, dibuja contra el cielo una imaginaria B.
             Yo, grabo en mi retina tan bello instantE.
                                            La veo acercarse a mi con un coqueto aleteo.
                                            Uno mis manos a modo de cuenco y se las ofrezco.
                                           ¡Libéluba bonita, ven, no tengas miedo!
                                            Aterriza en mis manos con sus patitas de terciopelo.

 .
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Mar




Diana y Sol cortaban rosas en el jardín del caserío. Caía la tarde y debían darse prisa para tenerlo todo a punto. Esa noche celebraban el solsticio de verano.

-Cortad solo doce rosas, niñas - les recordó su abuela. Solo necesitamos una por cada mes del año.

- Si, abuela -contestó Diana. 

La abuela fué a la alacena a buscar el lebrillo de cerámica verde. Le limpió el polvo acumulado a lo largo del año y lo dejó junto al arroyo, a los pies del roble más longevo de la finca. Después entró en su dormitorio y se puso la túnica de lino blanca que había ido pasando de generación en generación y que guardaba con el mimo que se guardan las cosas que te tocan el corazón. Se recogió el pelo con una cinta, también blanca, y con la solemnidad de una sacerdotisa de la antigüedad, se reunió con sus nietas bajo el roble del arroyo. 

Diana y Sol la esperaban con la docena de rosas en un jarrón y una concha labrada en plata para recoger agua. Las tres rodearon el lebrillo y comenzaron su labor: la abuela, llenaba de agua el lebrillo con la concha y Diana y Sol  depositaban los pétalos de las rosas en el agua. Acabaron  justo cuando el sol se ponía; momento para cogerse de las manos en torno al lebrillo, cerrar los ojos y escuchar la oración que la abuela recitaba para terminar el ritual. 

Diana y Sol no entendían nada de aquella letanía. La abuela recitaba en un dialecto vasco, autóctono del valle que la vió nacer. Así se la enseñó su madre y así se la enseñaría ella a sus nietas, llegado el momento.

Acabado  el ritual Sol preguntó:

-Abuela, ¿que significa la oración que has recitado?

-La oración no es otra cosa que unas palabras de bienvenida al verano,  invoca a los buenos augurios y rechaza todo aquello que venga cargado de cosas negativas.

- Y el agua y los pétalos, ¿para que son?- añadió Diana.

- Veréis, dice la leyenda que la noche más corta del año tiene un halo de magia y que concede dones a la niñas guapas -contestó la abuela, guiñándoles un ojo- En el caserío  siempre se ha puesto un lebrillo con pétalos de rosas y agua. Así lo hacía mi madre y antes de ella lo hacían mis abuelas, bisabuelas... Estará toda la noche al sereno y por la mañana nos lavaremos la cara con esa agua porque dicen que tiene gracia, que te mantiene joven y guapa. 

Nadia y Sol pensaron que sería verdad, porque nunca habían visto a ninguna mujer mayor que tuviera la cara tan limpia como la de su abuela.

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