Las fotos en blanco y negro me transportan al pasado. No lo puedo evitar. Hay quien mira la misma que foto que yo y le ve otros matices, le saca mil y un detalle a cada uno de los tonos de grises. Y sin embargo a mi esos colores me llevan a otros tiempos, me llevan al patio de la escuela donde pasaba los recreos.
Recuerdo una tapia blanca con una reja negra encima. Los niños más grandes llegaban a la altura de la reja y entre juegos, carreras y risotadas se acercaban a mirar quien pasaba por la calle. Yo, no veía el momento en que creciera y alcanzara la ansiada reja para mirar como los demás. Por eso cada septiembre, al volver al patio de la escuela, me acercaba y con mis manos encima de mi cabeza medía cuantos dedos faltaban para llegar: primero fueron cinco, después fueron dos, luego uno... y cuando descubrí que poniéndome de puntillas veía un trocito de calle, una ola de regocijo estalló dentro de mí.
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