Las
mañanas de noviembre huelen a ciprés.
Por
estas fechas, mi madre iba al cementerio a visitar las tumbas de los
abuelos. A mi me gustaba acompañarla. Sobre todo si era por la
mañana, cuando la humedad del amanecer dejaba sobre la tierra una
fina capa de escarcha. Luego, cuando el sol calentaba y el frío se
desvanecía, todo se impregnaba de un aroma a ciprés con tierra
mojada.
Y
a mi ese olor me encantaba; se respiraba paz. Me trasmitía
tranquilidad, me invitaba a pasear entre tumbas y a perderme en mis
pensamientos sobre el porqué de las cosas, sobre el sentido de
nuestra vida, sobre las ausencias que dejan el alma en carne viva.
Un cementerio
ResponderEliminaruna soledad triste
tras los cipreses.
Besos.
Me has hecho evocar momentos y sensaciones muy similares.
ResponderEliminarBss