Rosita no se atrevía a levantar la mirada del suelo. No se había estudiado las partes de la flor que el profesor mandó como tarea hacía varios días y ahora se veía en un apuro del cual no sabía como salir.
- A ver Rosita, mira la imagen de la pizarra y con el dedo índice marcas la parte que yo te diga- le decía don Luis entre caladas al Ducados que tenía en la mano.
Rosita levantó la cabeza y se encontró con una esquemática flor frente a ella.
- Señala el cáliz - dijo el profesor dejando el cigarrillo en el cenicero que ya tenía unas cuantas colillas.
- Pero don Luis, el cáliz está en la iglesia y se utiliza para consa...
- ¡Qué dices, niña! ¿Me estás tomando el pelo? - rugió el profesor con cara de pocos amigos
- Yo, yo no... El único cáliz de conozco es ese...
- Mira, siéntate en tu sitio y para mañana te traes la lección bien aprendida, que te voy a preguntar otra vez. Hoy, ya te has ganado un cero redondo como el mundo.
Don Luis, irritado con la respuesta de Rosita, rescató su Ducados del cenicero y se lo llevó a los labios.
- Me cago en las flores, en el cáliz y en todo lo que de menea... -bramó sin ninguna contemplación.
Los alumnos lo miraron atónitos al escuchar aquellas palabras y, tras unas décimas de segundo de desconcierto, rompieron todos a reír como posesos. Don Luis tuvo la mala fortuna de coger el cigarrillo al revés: dejó la boquilla hacia afuera y se llevó la candela a la boca.
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