Gumersindo se ha apuntado a la excursión que la asociación de jubilados "Juventud dorada" ha organizado. Van a pasar el día en la playa.
Con camisa floreada, sombrero de paja y bermudas, Gumersindo sube al autobús. La mochila con su toalla, bañador y crema protectora la ha dejado en el portaequipaje y con él lleva una llamativa riñonera color verde fosforito que venía de regalo en una caja de cereales. No es muy grande, pero suficiente para guardar cartera, pañuelo y gafas de sol.
A mitad de camino, hacen una pausa para tomar un refrigerio.
-Gumer, vamos a tomar un cafelito- le dice José, compañero de asiento.
- No te creas que me apetece mucho, pero te acompaño- le contesta.
En realidad, si se tomaría un café con leche y tostadas; pero, con lo tacaño que es, no piensa gastarse ni un céntimo tan pronto, teniendo todo el día por delante.
- Anda, pídete algo, que ya no hay más paradas hasta llegar a la playa - insiste José.
- No, de verdad, no tengo ganas.
- Aunque sea algo para llevar.
- Bueno, eso sí - contesta Gumersindo- pediré al camarero un refresco. Estará bien por si me da sed, que no echado nada para beber.
- Camarero, un refresco de naranja, por favor.
El camarero le da una lata.
-No, de lata no, que tiene mucho gas y no me siente nada bien. Póngame un botellín.
El camarero se lo cambia.
-Gumer, ¿como lo abrirás en autobús?- pregunta José
- ¡Anda, pues es verdad! Camarero, ábrame el botellín y tápelo con un corcho, que luego en el autobús no tengo con que abrirlo.
El camarero lo mira entre receloso y divertido ante lo insólito de la petición, y como el cliente siempre lleva la razón, no se hable más.
Ya en el autobús, Gumersindo pone su botellín en la red que lleva el respaldo del asiento delantero. Con el movimiento del autobús, los baches y las frenadas el gas va haciendo su efecto y el corcho sale disparado derramándose el refresco parcialmente sobre sus flamantes las bermudas.
...
Y por el paseo marítimo anda Gumersindo, haciendo gala de ese lamparón tan inesperado como habitual en su vestuario.