Hay variedad de personajes que a lo largo de mis años de lectura me han gustado mucho. Elijo a Ignatius Reilly de "La conjura de los necios" (John K. Toole) porque pocas veces me he reído tanto leyendo una novela, que a mi modo de ver, es sencillamente genial. Lástima que se publicara después del suicidio del autor, porque fué todo un éxito hasta tal punto que consiguió el Premio Pulitzer en 1981. A continuación, el relato.
En la sala de espera Ignatius Reilly
daba buena cuenta de las pastas que le habían servido junto a una
buena taza de chocolate. La secretaria le preguntó, por cortesía,
si le apetecía tomar algo mientras esperaba, y sin ningún atisbo de
timidez, Ignatius pidió unas pastas con chocolate. Dado que era la
hora de merendar no iba a desperdiciar la ocasión de saciar su
enorme glotonería.
. . .
-Señor Reilly, ya puede pasar. La señora T. Tecla le espera- le avisó la secretaria
Ignatius se puso en pie rápidamente.
En el bigote le quedaron prendidas algunas migajas de las pastas que
segundos antes había devorado. Cogió su vieja gorra de aviador y su
cuaderno “Gran Jefe” y entró.
- Buenas tardes, señor Reilly -dijo la
señora T. Tecla tendiéndole la mano.
- Buenas tardes, señora T. Tecla, un
placer conocerla – farfulló Ignatius estrechándole la mano.
- Por favor, tome asiento. ¿A que se
debe su visita?
- He leído en prensa que su editorial
ha convocado un concurso de relatos fantásticos, y he pensado en
participar. Aquí le traigo una pequeña muestra- dijo Ignatius poniendo sobre la mesa su cuaderno “Gran Jefe”.
La señora T. Tecla observó la pasta
superior del cuaderno llena de lamparones de aceite, lo cogió no sin
cierto asco y lo abrió. Echó un vistazo a la caligrafía picada e
irregular y entre las líneas descubrió un grano de arroz pegado.
- Gracias por su interés, señor
Reilly. Nos pondremos en contacto con usted si su relato supera la
primera ronda.
Y dicho esto, lo despidió con su mejor
sonrisa. Cuando salió del despacho Ignatius, la señora T. Tecla cerró
la puerta, tiró el cuaderno a la papelera y se dirigió al baño
privado para lavarse las manos a conciencia mientras para sus
adentros pensaba “con tipos como este, no hay necesidad de inventar
nada; la realidad ya supera la ficción”.
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