Imagen: J. Laurente
Daban
las doce de mediodía en el reloj de la torre. Natalia cogía la mano de
su abuela con fuerza, mezclada entre la multitud de la plaza, esperando
con impaciencia que las campanadas concluyeran. Con el último golpe de
reloj, entre cohetes tirados al cielo, globos y serpentinas multicolores dio inicio el pasacalle. Músicos, majorettes, titiriteros, gigantones,
cabezudos... Natalia miraba con expectación para no perderse ningún
detalle. Llevaba muchos días esperando el desfile y era tanto el
entusiasmo y alegría que sentía que acabó contagiándoselo a su abuela.
Terminado
el pasacalle, ambas se dirigieron al merendero donde se había dispuesto
un almuerzo para todos los vecinos y visitantes de la villa al aire
libre. Entre tanta gente, a Natalia le llamó la atención un hombre de
pelo cano vestido con un ropaje algo bohemio y sombrero tirolés.
Mientras lo observaba, él se giró y le devolvió un guiño acompañado de
una sonrisa. Natalia tímida, se volvió rápidamente a buscar a su abuela.
En
la sobremesa, todos los niños fueron convocados al área recreativa
donde, para sorpresa de Natalia, el mismo hombre del sombrero tirolés
los estaba esperando. Resultó ser un extraordinario cuenta cuentos. Les
narró historias fantásticas ocurridas en unos lugares tan lejanos y
remotos que ni siquiera su abuela Nadia conocía. Cuando terminó sus
relatos, el cuenta cuentos regaló a cada niño una cajita de madera con
tres canicas de colores.
Natalia voló hacia su abuela para enseñarle las canicas. Eran multicolores y cuando mirabas a través de ellas al cielo, veías todo el espectro del arco iris. Nunca nadie le había regalado algo así: tan simple y tan mágico al mismo tiempo.
Natalia, abrazó a su abuela y en la mejilla le soltó un sonoro beso, agradeciéndole así el día tan bonito que estaba pasando; aunque ese sentimiento apenas era nada comparado con el júbilo que embargaba a Nadia.
Natalia voló hacia su abuela para enseñarle las canicas. Eran multicolores y cuando mirabas a través de ellas al cielo, veías todo el espectro del arco iris. Nunca nadie le había regalado algo así: tan simple y tan mágico al mismo tiempo.
Natalia, abrazó a su abuela y en la mejilla le soltó un sonoro beso, agradeciéndole así el día tan bonito que estaba pasando; aunque ese sentimiento apenas era nada comparado con el júbilo que embargaba a Nadia.
Con todo mi cariño y agradecimiento por conducirnos este Jueves te mando un beso pegado al enlace.
ResponderEliminarhttps://tracycorrecaminos.blogspot.com/
Un relato tierno que llega a emocionar. Me encantó.
ResponderEliminarPrecioso relato que al ser mostrado a traves de los ojos de una niña lo hace aún más bello. Besos.
ResponderEliminarSer cuenta cuentos es la mejor profesión del mundo.
ResponderEliminarSin duda ninguna.
Qué puede haber mejor que eso?
Precioso relato, al leerlo las imagenes y las sensaiones acuden a la mente.
ResponderEliminarGracias por deleitarnos de nuevo y hacernos ver las fiestas con los ojos de un niño o en este caso de una niña, ojala nunca perdiésemos la capacidad de asombrarnos. BESOS
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