Mar
En el fondo del cajón, encontré una caja de madera. Por fuera la adornaban pequeñas hojas realizadas con incrustaciones de nácar y algunas flores, en la propia madera, talladas. ¿Que podía contener aquella caja, tan primorosamente decorada? Abrí el broche y subí la tapa. Dentro había dos mazos de cartas, con sendos lazos púrpura atadas, un camafeo y un reloj de bolsillo.
Tomé
el reloj y mis dedos se enredaron, juguetones, con la cadena. Lo abrí
para ver su esfera, y descubrí en el reveso la tapa, la foto en blanco y
negro de una joven bastante agraciada. Solté el reloj y con la prisa
que la curiosidad me dictaba, cogí el camafeo y lo abrí para examinar su
interior. En un óvalo aparecía la misma foto del reloj; en el otro, la
de un apuesto y joven caballero.
No
era difícil adivinar que aquellas cartas, envueltas en sobres
desgastados, eran la correspondencia entre dos enamorados. No me atreví a
leerlas, por respeto a la privacidad e intimidad de aquellos amantes.
Sólo osé echar un fugaz vistazo a las caligrafías: una trazada con
cierto nerviosismo y desespero; la otra, hecha sin prisa y con esmero.
Mas ambas escritas con pluma y tintero, sobre papel color sepia,
coincidían al despedirse con un te quiero.