Mar

Las mañanas de noviembre huelen a ciprés.

Por estas fechas, mi madre iba al cementerio a visitar las tumbas de los abuelos. A mi me gustaba acompañarla. Sobre todo si era por la mañana, cuando la humedad del amanecer dejaba sobre la tierra una fina capa de escarcha. Luego, cuando el sol calentaba y el frío se desvanecía, todo se impregnaba de un aroma a ciprés con tierra mojada.

Y a mi ese olor me encantaba; se respiraba paz. Me trasmitía tranquilidad, me invitaba a pasear entre tumbas y a perderme en mis pensamientos sobre el porqué de las cosas, sobre el sentido de nuestra vida, sobre las ausencias que dejan el alma en carne viva.

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2 comentarios:

  1. Un cementerio
    una soledad triste
    tras los cipreses.

    Besos.

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  2. Me has hecho evocar momentos y sensaciones muy similares.

    Bss

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Gracias por pasar :)