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Hay normas que no están escritas en ningún sitio y que por principios éticos y morales, se respetan y se cumplen. Y tambien hay veces que por curiosidad, por rebeldía o váyase usted a saber el motivo, se transgreden y se incumplen. Será porque como no están escritas en ningún sitio, uno siempre puede apelar a la excusa más inverosímil en caso de ser sorprendido.

Luis, llamó a la puerta del dormitorio de su amigo Javier. Como no contestaba, se tomó la libertad de entrar en la habitación. No había nadie. Se acercó al escritorio para dejarle a Javier una nota y buscando un papel en el que escribir, vió el ordenador de su amigo encendido. Por curiosidad miró el monitor y se encontró con que tenía el correo electrónico abierto, y se atrevió a mirar la bandeja de entrada... a ver quien o quienes le escribían a su amigo Javier. Correos electrónicos de los profesores de la facultad que él tambien recibía, correos de algunos amigos en común, alguno con publicidad y uno de Sonia.

Le sorprendió ver que su novia le enviara un e-mail a su amigo y que no le hubiera comentado nada. Impulsivamente, lo abrió y se quedó de una pieza cuando vió una foto de Sonia, posando desnuda y con una dedicatoria de los más sugerente.

Más infracciones en casa Gus

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Mar
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- Y recordar niños, que quien come en exceso, comete el pecado de la gula- decía la gobernanta del orfanato.

Grunilda era una mujer de mediana edad, solterona de por vida y con un carácter más amargo que alegre. Llevaba más de veinte años trabajando y viviendo en el orfanato. Cada noche vigilaba el comedor a la hora de la cena. Paseaba su orondo cuerpo entre las mesas sintiendo el tintinear del mazo de llaves que llevaba colgado al cuello con cada paso mientras miraba de reojo que los escuálidos platos que la camarera servía, solo contuviesen un único cacillo de sopa.

Una noche, cuando todos los niños estaban ya en la cama, desde la cocina oyó una vocecita que al otro lado de la puerta, la llamaba. Se revolvió inquieta en la silla e intentó levantarse lo más rápidamente que pudo. Pero dada la obesidad de la que hacía gala, para cuando consiguió levantarse, dos niñas cogidas de la mano, se habían colado ya en la cocina.

- Señora... Grunilda... – titubeó una de ellas, señalando a la otra- Sara... eh... no se encuentra bien.

Las niñas se quedaron con la boca abierta, por no decir hecha agua, cuando vieron el festín que Grunilda se estaba dando en la cocina. Encima de la mesa había dos platos con restos de tortilla y varias raspas de pescado, un culín de vino en una copa y como postre la buena señora se estaba tomando un buen cuenco de chocolate con bizcochos.

La mujer, sorprendida in fraganti y visiblemente contrariada, lo único que se le ocurrió decirles es que su médico le había elaborado dieta a medida para combatir la anemia que padecía.

Mas in frangantis en casa Gustavo
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Mar



En el pupitre de siempre, se sentó. Sacó el ultimo folio con los apuntes  y algunos más en blanco y se puso a esperar a que el profesor de matemáticas llegara al aula e iniciase la clase.

Con la frente apoyada en la mano izquierda, y con el bolígrafo en la mano derecha,  mataba el tiempo garabateando algunos  dibujos en el margen del folio: una flor, un barquito, una silueta... Apartó los apuntes a un lado cogió su lápiz  y en una hoja en blanco soltó su mano con toda la destreza que llevaba dentro, que era mucha, y se lanzó de lleno a dibujar.

Unas líneas guía para empezar, unos trazos por aquí y otros por allá, fueron perfilando lo que estaba destinado a ser un retrato. Con un juego de sombras, definió el cabello cano, recogido en un moño; los ojos vivaces que seguían derrochando vitalidad y la sonrisa permanente que tenía siempre su querida abuela... Su abuela, su querida abuela había despertado en ella el interés por la pintura a una edad muy temprana. Cada tarde, después del colegio, lo que más le gustaba era merendar el chocolate caliente con bizcochos que su abuela preparaba y el dibujo que juntas realizaban. 

Reparó un momento en una voz de fondo que hablaba de ángulos, senos y cosenos y levantó la vista de su pupitre. La clase había comenzado hacía rato,  a juzgar por lo escrita que ya estaba la pizarra. Guardó rápidamente el bosquejo que tenía entre las manos y se puso a atender la lección. No sabía cuanto tiempo había pasado sin prestar atención. Seguro que buena parte de la hora que duraba la clase, pero tuvo la sensación de que el segundero del  reloj apenas se movió. 

Mas relatos en casa de Cecy
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